domingo, 31 de agosto de 2008

IMPERIO BIZANTINO


El término «Imperio Bizantino»
Prejuicios decimonónicos sobre Bizancio:«Sobre el Imperio bizantino, el veredicto universal de la historia es que constituye, sin excepción alguna, la forma cultural más baja y abyecta que haya asumido la civilización hasta ahora [...] No ha habido otra civilización duradera tan despojada de toda forma o elemento otorgador de grandeza [...] Sus vicios eran los de los hombres que habían dejado de ser valientes sin aprender a ser virtuosos [...] Esclavos, y esclavos gustosos, tanto en sus actos como en sus pensamientos, hundidos en la sensualidad y en los placeres más frívolos, sólo salían de su apatía cuando alguna sutileza teológica o algún hecho de caballería en las carreras de cuádrigas les estimulaba a lanzarse en revueltas frenéticas [...] La historia de dicho imperio es una relación monótona de intrigas de sacerdotes, eunucos y mujeres, de envenenamientos, conspiraciones, ingratitudes y fratricidios continuos».
«Imperio Bizantino» es un término moderno que hubiera resultado sumamente extraño a sus contemporáneos, que se consideraban a sí mismos romanos, y a su imperio el Imperio Romano. El nombre en griego original era Romania (Ρωμανία) o Basileía Romaíon (Βασιλεία Ρωμαίων; imperio de los romanos), traducción directa del nombre en latín, Imperium Romanorum.
La expresión «Imperio Bizantino» (de Bizancio, antiguo nombre de Constantinopla) fue una creación del historiador alemán Hieronymus Wolf, quien en 1557 —un siglo después de la caída de Constantinopla— lo utilizó en su obra Corpus Historiae Byzantinae para designar este período de la historia en contraposición con las culturas griega y romana de la Antigüedad clásica. El término no se hizo de uso frecuente hasta el siglo XVII, cuando fue popularizado por autores franceses, como Montesquieu.
El éxito del término puede guardar cierta relación con el histórico rechazo de Occidente a ver en el Imperio Bizantino al heredero legítimo de Roma, al menos desde que, en el siglo IX, Carlomagno y sus sucesores esgrimieron el documento apócrifo conocido como "Donación de Constantino" para proclamarse, con la connivencia del Papado, emperadores romanos. Desde esta época, en las tierras occidentales el título Imperator Romanorum (emperador de los romanos) quedó reservado a los soberanos del Sacro Imperio Romano Germánico, mientras que el emperador de Constantinopla era llamado, de manera un tanto despectiva, Imperator Graecorum (emperador de los griegos), y sus dominios, Imperium Graecorum, Graecia, Terra Graecorum o incluso Imperium Constantinopolitanus. Los emperadores de Constantinopla nunca aceptaron estos nombres. De hecho, los pobladores bizantinos se declaraban herederos del Imperio Romano y los emperadores de Constantinopla se enorgullecían de un linaje ininterrumpido desde Augusto.
El adjetivo «bizantino» adquirió después un sentido peyorativo, como sinónimo de «decadente», debido a la obra de historiadores como Edward Gibbon, William Lecky o el propio Arnold J. Toynbee, quienes, comparando la civilización bizantina con la Antigüedad clásica, vieron la historia del Imperio Bizantino como un prolongado período de decadencia. Influyó seguramente también en esta apreciación el punto de vista de los cruzados de los reinos de Europa occidental que visitaron el imperio desde finales del siglo XI.
La visión de los bizantinos como hombres sutiles y frívolos sobrevive en la expresión «discusión bizantina», en referencia a cualquier disputa apasionada sobre una cuestión intrascendente, seguramente basada en las interminables controversias teológicas sostenidas por los intelectuales bizantinos.[1]
Identidad, continuidad y conciencia [editar]
Bizancio puede ser definido como un imperio multi-étnico que emergió como imperio cristiano y terminó sus más de 1.000 años de historia en 1453 como un estado griego ortodoxo, adquiriendo un carácter verdaderamente nacional.
En los siglos que siguieron a las conquistas árabes y lombardas del siglo VII, esta naturaleza multi-étnica permaneció aún en los Balcanes y Asia menor, donde residía una muy poderosa y superior población griega.
Los bizantinos se identificaban a sí mismos como romanos, y continuaron usando el término cuando se convirtió en sinónimo de helenos . Prefirieron llamarse a sí mismos, en griego, romioi (es decir pueblo griego cristiano con ciudadanía romana), al tiempo que desarrollaban una conciencia nacional como residentes de Romania (Romania es como el estado bizantino y su mundo fueron llamados en su tiempo). El patriotismo se reflejaba en la literatura, particularmente en canciones y en poemas como el Akritias, en el que las poblaciones fronterizas (de combatientes llamados akritas) se enorgullecían de defender su país contra los invasores.
El patriotismo se volvió local, porque no podía ya descansar en la protección de los ejércitos imperiales. Aun cuando los antiguos griegos no fueran cristianos, los bizantinos se enorgullecían de estos ancestros. A medida que avanzó la Edad Media te pasaron de referíerse a sí mismos como romioi, romanos, a helenoi (que tenía connotaciones paganas tanto como el de romios) o graekos ('griego'), término fue usado frecuentemente por los Bizantinos (tanto como romioi) para su auto-identificación étnica, en especial en los ultimos años del Imperio.
La disolución del estado bizantino en el siglo XV no deshizo inmediatamente la sociedad bizantina. Durante la ocupación otomana, los Griegos continuaron identificándose como romanos y helenos, identificación que sobrevivió hasta principios del siglo XX y que aún persiste en la moderna Grecia.
Historia
Origen
Para asegurar el control del Imperio Romano y hacer más eficiente su administración, Diocleciano, a finales del siglo III, instituyó el régimen de gobierno conocido como tetrarquía, dividiendo el imperio en dos partes, gobernadas por dos emperadores augustos, cada uno de los cuales llevaba asociado un "vice-emperador" y futuro heredero césar. Tras la abdicación de Diocleciano el sistema perdió su vigencia y se abrió un período de guerras civiles que no concluyó hasta 324, cuando Constantino I el Grande unificó ambas partes del Imperio.
Constantino reconstruyó la ciudad de Bizancio como nueva capital en 330. La llamó «Nueva Roma», pero se la conoció popularmente como Constantinopla ('La Ciudad de Constantino'). La nueva administración tuvo su centro en la ciudad, que gozaba de una envidiable situación estratégica y estaba situada en el nudo de las más importantes rutas comerciales del Mediterráneo oriental.
Constantino fue también el primer emperador en adoptar el cristianismo, religión que fue incrementando su influencia a lo largo del siglo IV y terminó por ser proclamada por el emperador Teodosio I, a finales de dicha centuria, religión oficial del Imperio.
A la muerte del emperador Teodosio I, en 395, el Imperio se dividió definitivamente: Flavio Honorio, su hijo mayor, heredó la mitad occidental, con capital en Roma, mientras que a su otro hijo, Arcadio, le correspondió la oriental, con capital en Constantinopla. Para la mayoría de los autores, es a partir de este momento cuando comienza propiamente la historia del Imperio Bizantino. Mientras que la historia del Imperio Romano de Occidente concluyó en 476, cuando fue depuesto el joven Rómulo Augústulo por el germano (del grupo hérulo) Odoacro, la historia del Imperio Bizantino se prolongará durante aún casi un milenio.
Historia temprana
En tanto que el Imperio de Occidente se hundía de forma definitiva, los sucesores de Teodosio fueron capaces de conjurar las sucesivas invasiones de pueblos bárbaros que amenazaron el Imperio de Oriente. Los visigodos fueron desviados hacia Occidente por el emperador Arcadio (395-408). Su sucesor, Teodosio II (408-450) reforzó las murallas de Constantinopla, haciendo de ella una ciudad inexpugnable (de hecho, no sería conquistada por tropas extranjeras hasta 1204), y logró evitar la invasión de los hunos mediante el pago de tributos hasta que se disgregaron y dejaron de representar un peligro tras la muerte de Atila, en 453. Por su parte, Zenón (474-491) evitó la invasión del ostrogodo Teodorico, dirigiéndolo hacia Italia.
La unidad religiosa fue amenazada por las herejías que proliferaron en la mitad oriental del Imperio, y que pusieron de relieve la división en materia doctrinal entre las cuatro principales sedes orientales: Constantinopla, Antioquía, Jerusalén y Alejandría. Ya en 325, el Concilio de Nicea había condenado el arrianismo que negaba la divinidad de Cristo. En 431, el Concilio de Éfeso declaró herético el nestorianismo. La crisis más duradera, sin embargo, fue la causada por la herejía monofisita que afirmaba que Cristo sólo tenía una naturaleza, la divina. Aunque fue también condenada por el Concilio de Calcedonia, en 451, había ganado numerosos adeptos, sobre todo en Egipto y Siria, y todos los emperadores fracasaron en sus intentos de restablecer la unidad religiosa. En este período se inicia también la estrecha asociación entre la Iglesia y el Imperio: León I (457-474) fue el primer emperador coronado por el patriarca de Constantinopla.
A finales del siglo V, durante el reinado del emperador Anastasio I, el peligro que suponían las invasiones bárbaras parece definitivamente conjurado. Los pueblos germánicos, ya asentados en el desaparecido Imperio de Occidente, están demasiado ocupados consolidando sus respectivas monarquías como para interesarse por Bizancio.

La época de Justiniano
Mapa del Imperio Bizantino en 550. Las conquistas de Justiniano aparecen en verde .
Durante el imperio de Justiniano I (518-565), el Imperio llegó al apogeo de su poder. El emperador se propuso restaurar las fronteras del antiguo Imperio Romano, para lo que emprendió una serie de guerras de conquista en Occidente:
Entre 533 y 534 un ejército al mando del general Belisario conquistó el reino de los vándalos, en la antigua provincia romana de África. El territorio, una vez pacificado, fue gobernado por un funcionario denominado magister militum.
Entre 535 y 536, Belisario arrebató a los ostrogodos Sicilia y el sur de Italia, llegando hasta Roma. Tras una breve recuperación de los ostrogodos (541-551), un nuevo ejército bizantino, comandado esta vez por Narsés, anexionó de nuevo Italia al Imperio, creándose el exarcado de Rávena.
En 552 los bizantinos intervinieron en disputas internas de la Hispania visigoda y anexionaron al Imperio extensos territorios del sur de la Península Ibérica, llamándola Provincia de Spania. La presencia bizantina en Hispania se prolongó hasta el año 620.
En la frontera oriental, Belisario detuvo la ansias expansionistas del persa Cosroes I (531-579), al que derrotó en la batalla de Daras.


Justiniano en los mosaicos de la iglesia de San Vital en Rávena
Las campañas de Justiniano en Occidente dejaron exhausta la hacienda imperial y precipitaron al imperio en una situación de crisis, que llegaría a su punto culminante a comienzos del siglo VII.
Justiniano deseaba con mucho anhelo concluir su gran obra administrativa, cultural y militar pero necesitaba más financiamiento y permitió que su odiado ministro de hacienda, Juan de Capadocia impusiera mayores y nuevos impuestos a los ciudadanos de Bizancio.
La época de Justiniano no sólo destaca por sus éxitos militares. Bajo su reinado, Bizancio vivió una época de esplendor cultural, a pesar de la clausura de la Universidad de Atenas, destacando, entre otras muchas, las figuras de los poetas Nono de Panópolis y Pablo Silenciario, el historiador Procopio, y el filósofo Juan Filopón. Entre 528 y 533, una comisión nombrada por el emperador codificó el Derecho romano en el Corpus Iuris Civilis, permitiendo así la transmisión a la posteridad de uno de los más importantes legados del mundo antiguo. El esplendor de la época de Justiniano encuentra su mejor ejemplo en una de las obras arquitectónicas más célebres de la historia del Arte, la iglesia de Santa Sofía, construida durante su reinado por los arquitectos Antemio de Tralles e Isidoro de Mileto.
Dentro de la capital se quebrantó el poder de los partidos del circo. La Iglesia reconoció al señor de Constantinopla como sacerdote rey y restauró la relación con Roma. Surgió una nueva Iglesia de la Divina Sabiduría como signo y símbolo de un esplendor que sobrepasa al mismo Salomón en toda su gloria.
Asimismo, un desastre se cernió sobre el Imperio el año 543 d.C. Se trataba de la Peste Justiniana, se cree que provocada por el bacilo Yersinia pestis. Sin duda fue elemento clave que contribuyó a agudizar la grave crisis económica que ya sufría el Imperio. Se estima que un tercio de la población de Constantinopla pereció por su causa.
El repliegue de Bizancio [editar]
Los siglos VII y VIII constituyen en la historia de Bizancio una especie de «Edad Oscura» acerca de la cual tenemos muy escasa información. Es un período de crisis, del cual, a pesar de las tremendas dificultades externas (el hostigamiento del Islam y los continuos ataques de búlgaros y eslavos) e internas (las luchas iconoclastas), el Imperio salió transformado y reforzado.
Justino II trató de seguir los pasos de su tío y su misma mente sucumbió bajo el intolerable peso de administrar un imperio amenazado desde varios frentes.
Tiberio abandonó la política militar de Justiniano y permitió que Italia cayera bajo el poder de los lombardos y los bárbaros ocuparan el Danubio, y se replegó a Asia.
Mauricio llegó a hacer un tratado favorable con Persia (590), volvió una vez más a la defensa de las fronteras del norte, pero el ejército se negó a soportar las inclemencias de la campaña y Mauricio perdió con el trono la vida.
Con Focas, las invasiones de los persas, de los bárbaros y las luchas internas estuvieron a punto de hacer añicos el Imperio, pero, la revolución de algunas provincias logro salvarlo.
Las amenazas exteriores
Desde África, donde era más fuerte el elemento latino, zarpó Heraclio para rescatar al imperio romano. Este viaje era a sus ojos una empresa religiosa y durante todo su reinado ese interés fue capital.
El siglo VII comienza con la crisis provocada por la espectacular ofensiva del monarca sasánida Cosroes II, que con sus conquistas en Egipto, Siria y Asia Menor, llegó a amenazar la existencia misma del Imperio. Esta situación fue aprovechada por otros enemigos de Bizancio, como los ávaros y eslavos, que pusieron sitio a Constantinopla en 626. El emperador Heraclio fue capaz, tras una guerra larga y agotadora, de conjurar este peligro, repeliendo el asalto de ávaros y eslavos, y derrotando definitivamente a los persas en 628.
En su guerra contra los persas, Heraclio fue capaz de replegarlos hasta el corazón de su patria. En su misión de salvar el imperio y consolidarlo tuvo un gran respaldo de la iglesia.
Sin embargo, apenas unos años después, entre 633 y 645, la fulgurante expansión militar árabe musulmana arrebata para siempre al Imperio, exhausto por la guerra contra Persia, las provincias de Siria, Palestina y Egipto. A mediados del siglo VII, las fronteras se estabilizaron. Los árabes continuaron presionando, llegando incluso a amenazar la capital, pero la superioridad naval bizantina, reforzada por su magníficas fortificaciones navales y su monopolio del «fuego griego» (un producto químico capaz de arder bajo el agua) salvó a Bizancio.
En la frontera occidental, el Imperio se ve obligado a aceptar desde la época de Constantino IV (668-685) la creación dentro de sus fronteras, en la provincia de Moesia, del reino independiente de los búlgaros. Además, pueblos eslavos fueron instalándose en los Balcanes, llegando incluso hasta el Peloponeso. En Occidente, la invasión de los lombardos hizo mucho más precario el dominio bizantino sobre Italia.

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